Uno de los desafíos que
se plantea a los educadores cuando encaran el tema de cómo
abordar el pasado reciente con niños pequeños es no avasallarlos. Hay una cuestión ahí, un dilema, que no
es específico al tratamiento de estas cuestiones en la escuela, ni tampoco es
específico a la escuela: ¿todo, absolutamente todo tiene que estar al alcance
de los niños? ¿Todo debe ser hablado? ¿Es posible pensar formas de protección?
¿Un saber gradual? ¿Cuáles son los parámetros que se debe tener en cuenta
cuando se ha tomado la decisión de abordar cuestiones de sociedad con los más pequeños? (Niños, por ejemplo, de
6, 7, 8 años). ¿Es esa una decisión que se puede tomar una vez por todas o es
necesario repensarla en permanencia? Las motivaciones. Los objetivos. Y de ahí,
los modos posibles, poniendo al niño al centro de la propuesta (como lo señalan muchos educadores involucrados en estos temas). Sus
necesidades. Diferentes a las necesidades de los adultos. Incluso y sobre todo
de los adultos implicados en esa historia que se busca conocer.
Conocer: no transmitir o
no sólo transmitir. Conocer juntos. Ubicando también al niño en un lugar que no
es –que no puede ser más– el de la mera recepción: "tú sabes, yo ignoro, yo te escucho, recibo tu saber".
De todas las cuestiones
habidas y por haber, dentro de esta temática muy general de “Infancia,
educación y memoria”, este tema de no avasallar a los niños es uno de los que
más interesa abordar en este blog y –reitero– todas las experiencias que otros
puedan tener y compartir son bienvenidas.
De alguna manera esta
preocupación implica desplazar la mirada, descentralizar lo que ha sido por largo
tiempo y sigue siendo el núcleo de muchos enfoques. La violencia extrema. Explícita.
Particularmente la que implica encierro, tortura, ejecución, desaparición. Pero
también otras aberraciones que hemos conocido y de las que los mismo niños y
jóvenes han sido víctimas. ¿Puede haber otras formas de enfoque? Las hay. No se trata ahora de presentarlas una por una pero sí de subrayar un dilema.
Pienso en un intercambio
con Patricia Castillo, relativo a una parte de su trabajo sobre “Infancia en
dictadura” (trabajo que desde este blog apoyamos con convicción y entusiasmo, y
que se puede consultar desde acá, cf. columna de derecha). Ese trabajo incluye
una sección dedicada a “palabras que nunca debimos haber aprendido” (nosotros
que fuimos niños durante la dictadura). Ahora bien, ¿qué pasa cuando los padres
y los educadores interesados en esta propuesta concurren con sus propios niños
a la muestra? Otros niños que tienen la suerte, se puede decir, de haber vivido
un momento histórico diferente (aunque no necesariamente estén a salvo de otras
formas de violencia). ¿Corresponde entregar a esos niños esas palabras? ¿"Enseñarlas"? ¿Es
posible plantear la pregunta? ¿Es posible plantear la cuestión de cómo lograr
que el trabajo que consiste en interrogar el pasado y conocerlo no quede totalmente
sumergido por el dolor?
Hay un elemento de
respuesta en una reflexión de la educadora Alejandra Birgin, en una entrevista
que realizamos en febrero del 2016, sobre el programa Educación y Memoria del
Ministerio de educación argentino, programa que contribuyó a crear en el año
2006:
“había
que buscar modos oblicuos y […] esos modos oblicuos tenían que ver con trabajar
en distintas formas de simbolización. Ya sea la palabra, ya sea el arte.
Entonces en esa búsqueda la violencia más brutal aparece cuando no hay
simbolización posible. Nosotros nos proponíamos buscar modos de simbolización,
sabiendo que había muchas palabras gastadas, con lo cual había que apelar a
otros modos de simbolizar que no eran necesariamente los disponibles, los
cotidianos. Ahí es que el tema del arte pasa a ocupar un lugar muy importante”.
Esa expresión (“modos
oblicuos”) interesa por varias razones. En lo estrictamente pedagógico arroja luces sobre cómo
llegar a los niños sin avasallar pero también sin “gastar”, sin generar esa
sensación de cansancio “otra vez sopa…”. Y también en lo estrictamente político.
Por ejemplo en los lugares donde todavía el abordaje de estos temas genera
rechazo y miedo.
Ahora bien, también es
posible encarar el hecho de que una dictadura (si lo que se
quiere es hablar de dictadura, pero podría haber otras entradas asociadas a la expresión "pasado reciente") tiene muchas
facetas y elegir las que puedan ser tratadas armonizando pautas:
interés de conocimiento, edad de los niños, protección de los niños.
O sea, hay temáticas que
pueden ser tratadas con menos riesgos. Una de ellas, en Argentina, ha sido la
cuestión de la censura. Sobre todo la censura a la literatura infantil y
juvenil durante la dictadura. Gran tópico de los abordajes en las escuelas en el primer ciclo de la primaria. Otra podría ser el exilio. En particular el exilio de los niños.
Existen hoy diferentes
materiales con los cuales tratar estos temas. Pero hay un tipo de material que
resulta sumamente interesante. Es el que los mismos niños produjeron en
años de dictadura. Con ese tipo de materiales trabajó, en Chile, el PIDEE. Con
ese tipo de materiales trabaja, también en Chile, Patricia Castillo. Con ese
tipo de materiales Carla Peñaloza ha estado pensando modos alternativos,
novedosos, de conocimiento. Con ese tipo de materiales, Leonor Quinteros Ochoa
dio a conocer la experiencia del exilio de su familia en un libro impresionante
llamado: Un exilio para mí. Cartas y
memorias del exilio chileno (disponible en internet, pinchar ACÁ*).
Se trata de un libro que
retoma los diarios de vida de una niña, así como una serie de cartas de la
familia durante el exilio en Bélgica y Alemania.
¿No se podría usar
fragmentos de ese libro? Fragmentos de su diario para relatar una
experiencia de exilio vivido por una niña chilena, expresado en su lenguaje, y así, de
niño a niño, gracias al trabajo en el aula, poner en contacto las infancias y reflexionar todos juntos
sobre qué es eso de tener la obligación de irse dejando todo o casi todo
alrededor.
Este eje, del que
seguiremos hablando próximamente, permite además un puente con las vivencias de
muchos otros niños que se ven hoy obligados a acompañar a sus padres migrantes.
Es un tema del pasado y es un tema actual que atañe directamente cuestiones de
convivencia de las que la escuela tiene vocación a ocuparse.
Fragmento
1: Sobre la partida
“Marzo
1976
En realidad,
no fuimos a un paseo. Me mintieron y estoy muy enojada por eso. Tengo mucha
pena, no puedo creer que ya no veré a Rucio. Espero que mis abuelos se
encarguen de mi gato; como me prometió papá. Estoy tan preocupada por Rucio.
Quizás está por ahí sin comer y se va a morir.”
Fragmento
2: Sobre diferencias culturales
“Marzo
1976
No me gusta
lo que comen aquí. Comen muy poco, y lo que comen es asqueroso. Me obligan a
comer los cereales con leche caliente. Después de un rato parece engrudo. Es
tan asqueroso eso. También me obligan a comer pimentón crudo. Además son
estrictos, no me dejan ver televisión. Pero no es tan terrible, porque mi papá
es tan inteligente. El inventó un juego, tan pero tan divertido: en la noche,
cuando duermen los belgas, nos vamos a la cocina y sacamos comida del
refrigerador, sin que nadie se dé cuenta. Es muy divertido, porque no tenemos
que hacer bulla, y si uno de nosotros hace bulla recibe un castigo, que es un
“chirlo” o un “coleto” en la mano. Mi papá me hace pan con queso y me da un
vaso de leche grande”.
AGC
* Para
el lector que se encuentra en Chile. El libro “Un exilio para mí. Cartas y
memorias del exilio chileno” de Leonor Quinteros Ochoa puede adquirirse
contactando al editor (Mutante Editores, Avenida Portales 2685, Barrio Yungay -
958508041).
Muy interesante articulo que muestra un buen camino
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